En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues la fuente de todos los otros misterios de la fe; la luz que los ilumina. (…) Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres (CIC 234).
Al designar a Dios con el nombre de “Padre”, el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad trascendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos (CIC 239).
Jesús ha revelado que Dios es “Padre” en un sentido nuevo: no lo es solo en cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo único, el cual eternamente es Hijo solo en relación a su Padre (…) Por eso los apóstoles confiesan a Jesús como el “Verbo que era Dios” (Jn 1,1), como la “imagen del Dios invisible” (Col 1, 15), como “el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia” (Heb 1,3) (CIC 240, 241).
Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de “otro Paráclito” (Defensor), el Espíritu Santo (Jn 14,17). Este que actuó ya en la Creación y “por los profetas” (Credo de Nicea), estará ahora junto a los discípulos y en ellos, para enseñarles y conducirlos “hasta la verdad completa” (Jn 16, 13) (CIC 243).