“RECIBAN EL ESPÍRITU SANTO” (JN 20,22B).
Esto dice el Señor a los discípulos asustados cuando se les aparece por primera vez después de la Resurrección y “sopló sobre ellos” (Jn 20,22a).
La palabra espíritu equivale a aliento, respiración. Necesitamos respirar para vivir. En la mañana de la creación, el Espíritu —el aliento de Dios—, se movía sobre las aguas (Gen 1,2c). Al amanecer de la nueva creación que brota de la resurrección de Cristo, el Espíritu sopla de nuevo “como un viento huracanado” (Hch 2,2b) para descender como lenguas de fuego sobre los sorprendidos discípulos.
Viento y fuego; el uno para empujarnos hacia delante, el otro para darnos fortaleza para proclamar el Evangelio. Hemos recibido este doble don en el Bautismo y la Confirmación, para que también nosotros salgamos a proclamar “las maravillas de Dios” (Hch 2,11).
Invoquemos al Espíritu Santo para que encienda nuestros corazones en el fuego de Su amor y en nombre de Jesús renovemos la faz de la tierra. ¡Ven, Espíritu Santo!