Papa Benedicto XVI, Audiencia General , 31 de marzo, 2010
ESTAMOS VIVIENDO los días santos que nos invitan a meditar los acontecimientos centrales de nuestra redención, el núcleo esencial de nuestra fe. …[en] el Triduo pascual, fulcro de todo el año litúrgico, estamos llamados al silencio y a la oración para contemplar el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor.
[El Jueves Santo] celebraremos el momento de la institución de la Eucaristía…. [B]ajo las especies del pan y del vino, [el Señor] se hace presente de modo real con su cuerpo entregado y con su sangre derramada como sacrificio de la Nueva Alianza.
El Viernes Santo haremos memoria de la pasión y de la muerte del Señor. Jesús quiso ofrecer su vida como sacrificio para el perdón de los pecados de la humanidad, eligiendo para ese fin la muerte más cruel y humillante: la crucifixión.
El Sábado Santo se caracteriza por un gran silencio…. En la noche del Sábado Santo, durante la solemne Vigilia pascual, “madre de todas las vigilias”, ese silencio se rompe con el canto del Aleluya, que anuncia la resurrección de Cristo y proclama la victoria de la luz sobre las tinieblas.
[D]ispongámonos a vivir intensamente este Triduo sacro ya inminente, para estar cada vez más profundamente insertados en el misterio de Cristo muerto y resucitado por nosotros.