VINO
Y después de la comunión del cuerpo de Cristo, acércate también al cáliz de la sangre: sin extender las manos, sino inclinándote hacia adelante, expresando así adoración y veneración, mientras dices «Amén»; serás santificado al tomar también de la sangre de Cristo.
San Cirilo de Jerusalén
Es de notar que en el Evangelio Jesús nos dice, “Yo soy el pan de vida”. El pan es una señal de sustento, por tratarse de un alimento básico y fundamental. No obstante, el Señor también nos enseña, “Yo soy la vid”. La materia de la Eucaristía no es solo pan; también es vino. Podemos considerar el pan como alimento por excelencia, alimento que sostiene, pero el vino nos indica otro significado de la Eucaristía. El vino llena el espíritu en su interior, lo refresca y consuela. Dice el obispo Robert Barron, “En las Escrituras el vino es símbolo de la exuberancia y embriaguez de la vida divina. Cuando Dios está en nosotros, nos eleva, nos alegra, nos transfigura”. No es de sorprender, entonces, que al final de la cena pascual judía, el ofrecimiento de la “copa de la bendición” sugiere consuelo, delicia, incluso esperanza. La Eucaristía — el Cuerpo y la Sangre de Cristo — no solo nos sostiene como alimento que da fuerza día a día, sino que reanima nuestro corazón cansado, dándonos nueva fuerza y renovando nuestro gozo.
Señor Jesús, tú estás realmente presente bajo la apariencia del vino. Que tu preciosa sangre renueve mi alma y llene mi corazón con abundancia de esperanza y alegría. Concédeme la gracia de encontrar siempre en ti mi delicia. Amén.
Fr. Patrick Mary Briscoe, OP, Eucharist
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